Medardo Durán está con vida porque logró trepar hasta el altillo de su vivienda, donde permaneció seis horas. “Hasta aquí llegue”, pensó cuando el lodazal llegó al pueblo, destruyó viviendas, arrastró a sus vecinos y se llevó años de esfuerzo.
Medardo Durán, de 80 años, estaba solo cuando el lodo y la palizada irrumpieron de golpe en Achira la madrugada del lunes. Se trepó al altillo de su casa donde permaneció durante seis horas, hasta que las aguas bajen y lleguen los rescatistas que le ayudaron a despertar de la pesadilla. “Mi vida la salvé por un pelo”, relató.
Este martes retornó a su hogar. Caminó entre la palizada y el lodo que cubren los corredores y las puertas donde solía sentarse a descansar y contemplar el atardecer. Ya no queda nada: solo destrucción.
Su sobrino logró abrirse paso entre los palos e ingresar hasta las habitaciones, donde el lodo llegaba hasta las rodillas con cada paso. Entre lo poco que pudieron rescatar están dos fotografías de los padres de don Medardo, que permanecen colgadas en la pared, en el mismo lugar donde siempre estuvieron.
Desde su casa, Medardo recuerda la tragedia que arrasó viviendas, arrastró a sus vecinos y se llevó el esfuerzo de tantos años de trabajo. No se lo vio llorar porque es de esos hombres que cree que todo lo material se recupera y está agradecido por haber vivido para contarlo.
Relata que el domingo llovió toda la noche. La madrugada del lunes, alrededor de la 1:00, despertó y vio cómo el agua comenzaba a llenar su vivienda. No había nadie más en la casa porque su hijo y su esposa viven en la ciudad capital.
Con la tranquilidad de quien ha enfrentado muchas lluvias en su vida, comenzó a sacar el agua, sin imaginar que en cuestión de minutos un aluvión de más de dos metros de altura, con piedras y troncos, llenara su hogar hasta el techo. “El golpe del agua tumbó la puerta y me botó dos veces, pero logré pararme entre los muebles que flotaban”, recuerda.
En medio de la oscuridad, como pudo, trepó hasta el altillo, donde suelen recibir huéspedes.
“Cuando el agua me tumbó, me dije: hasta aquí llegué. Perdí mis lentes. Me caí dos veces; el agua me golpeó por abajo y me lanzó hacia atrás”, repite. En medio del caos, la puerta se cerró y la casa quedó como una piscina. “Ahí pude pararme, ese fue mi remedio… si no, ¿dónde estaría yo?”, relata. Pese a tener una prótesis de cadera, no sufrió lesiones de gravedad.
Eran las 3:00 cuando subió al altillo, a oscuras, a tientas. Afuera el agua corría con una fuerza imparable. El torrente incluso derribó la barda de la iglesia, que, según él, ayudó a desviar parte del golpe del turbión.
“Me sequé el cuerpo con un trapeador y ahí logré sobrevivir, porque en el altillo hay camas. Afuera el agua corría a más de tres metros y hasta tumbó la barda de la iglesia, que de alguna manera hizo de barrera. Eso también me salvó”, manifiesta.
Cuando finalmente el agua bajó hasta la cintura, los rescatistas de la Cruz Roja lograron entrar. “Tenía los ojos, los oídos, la nariz, todo lleno de tierra”, cuenta.
El desastre dejó a don Medardo con la ropa del cuerpo. “Mi vida la salvé por un pelo, pero todo lo demás se perdió: el televisor, la ropa, el ropero, “todo lo que logré en 80 años, ¿se imagina?, ¿qué vamos a hacer? Estoy tratando de sobrevivir”, insiste al confesar que, cuando le preguntan sobre los momentos de angustia que pasó, su corazón se quiebra, pero trata de reponerse, porque fue una desgracia ocurrida por la bravura de la naturaleza y contra eso no puede “alzar la voz”.
También perdió a sus animalitos, a sus gallinas, y teme que sus huertos de verdura, que son su sustento, hayan sido arrasados por el lodo.
“No he podido ir por ahí”, dice, convencido de que no queda nada, porque hasta los árboles de palta quedaron doblados y el sedimento alcanza casi un metro de altura. Aun así, no deja de agradecer. “La gente es solidaria. Bomberos y no bomberos han venido a desaguar y ayudar. Eso alivia. Que no se caiga mi casa, eso ya es mucho”.
Nacido en Vallegrande, vive en Achira desde hace 80 años. Nunca vio algo parecido. “En el 83 hubo una inundación, pero era agua de lluvia. Esto ha sido un turbión bravo, con piedras inmensas. La estoy sacando barata. Qué tristeza, hay una señora que aún la están buscando”.
Asegura que ese día llovió con una fuerza inusual cerro arriba, cerca de las ruinas de Samaipata. Eso desató un turbión que bajó con fuerza por la quebrada, arrastrando árboles, piedras y todo a su paso. “Unos ‘paladones’ enormes bajaron”, dice.
Por ahora Medardo está alojado en la casa de un sobrino. “Todo el mundo tiende una mano. Tengo cama y comida, y eso es un alivio”, afirma.
La familia de Ramona Banegas, una de las dos mujeres desaparecidas, la sigue buscando entre la palizada. Su esposo Noel Eusebio Hinojosa Vargas se recuperó de los golpes, pero no encuentra consuelo porque su compañera de vida sigue perdida. Este martes fue dado de alta del hospital y retornó a su casa. Lloró sin consuelo.
Relata los momentos duros que pasó la madrugada de lunes. “Los palos me apretaron, el agua daba hasta el pecho, eso duró unos 15 minutos y después comenzó a bajar y ahí empecé a aflojar un poco los palos”, cuenta.
Recuerda a eso de las 2:00 de la madrugada sintió el golpe del agua y de inmediato llamó a su esposa, pero ella ya no le contestó. “El agua quebró parte del cielo raso y me golpeó. Me tuve que hacer a un lado porque se venía el techo. El agua me llevó por encima de mi cama y me arrinconó en un poste. Cuando me di cuenta estaba lleno de barro, porque la corriente me hizo zambullir”, cuenta y se quiebra al recordar ese desastre.
“No pillan a mi madre, por favor búsquenla”, dice Jackeline, una de sus hijas, quebrada en llanto.
Este martes, el presidente Rodrigo Paz llegó a la zona, después de hacer un sobrevuelo. Informó que gestionó cerca de $us 380.000 para brindar ayuda humanitaria a las familias damnificadas. El gobernador acompañó al mandatario.
El Deber
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