Buscar, comprar, dosificar y cocinar la comida es un arte malabárico del que no escapa nadie en Cuba. El humor criollo lo refleja continuamente: “En la isla solo hay tres problemas: desayuno, almuerzo y cena”.
A eso se suma que la COVID-19 está causando una disminución de los ingresos nacionales y de los hogares, lo que unido a las medidas de reordenamiento económico que se aplican en el país desde enero de 2021 pone a las familias en una situación más vulnerable ante el acceso a los alimentos.
Cuba importa cerca del 70 por ciento de los alimentos que consume y el Gobierno tiene cada vez menos divisas para comprar dichos alimentos. Parte del resultado de esta escasez se refleja en las largas filas y en las subidas de precios de productos claves como leche, carne de cerdo o arroz.
Durante los últimos meses, elTOQUE en alianza editorial con CONNECTAS ha publicado una serie de reportajes que reflejan la severa crisis agropecuaria que atraviesa la isla y que incluye la producción, distribución y consumo de alimentos.
Ha quedado claro que gran parte de las medidas tomadas por el Gobierno para solventar una crisis demasiado prolongada han sido ineficientes y limitadas. Las importaciones de fertilizantes y agroquímicos, por ejemplo, que son indispensables para mejorar la producción en el campo, están de capa caída desde hace años. Los cultivos con sistema de regadíos son casi nulos y las trabas burocráticas del Estado al pequeño productor son un común denominador.
Como se mencionó en uno de los reportajes publicados, otra espina que con frecuencia está desinflando los proyectos campesinos es la de los impagos. Rodolfo, campesino pinareño con una finca en la zona de San Andrés, municipio La Palma, contó que agricultores de su propia cooperativa se han pasado tres meses y más para cobrar la producción que entregaron. El problema se denuncia, prometen que lo enmendarán y sigue afectando.
Para el doctor en Ciencias Económicas Oscar Fernández, el problema principal del agro “es de incentivos a los productores y flexibilidad. Ese es el punto de partida. Lo demás, incluyendo los intermediarios parásitos, son consecuencias del problema de oferta y de la aberrante estructura de mercado resultante. Los topes de precio no son solución alguna ni de corto ni de largo plazo. La comida a precios topados simplemente no existe”.
Lo que sí es casi una regla general es la improductividad en el campo. Así lo demuestra lo que está ocurriendo con la leche y sus derivados. Las limitaciones tecnológicas, las trabas al pequeño productor y la ineficiencia del Estado los convirtieron en alimentos de lujo.
En los últimos tres decenios, mientras “la producción lechera mundial ha aumentado en más del 59 por ciento, en la isla el decrecimiento ha sido notable. Según las estadísticas oficiales, de los 1131,3 millones de litros, en 1989, hasta bajar a la mitad en 2018, pasando por años críticos como el 2005, en el que tan solo se registraron 353.2 millones, la cuesta abajo evidencia serias fallas en este rubro. De tal suerte que la escasez y carestía de este producto y toda la gama de sus derivados es un muestrario de la ineficiencia de planes gubernamentales y las retrancas absurdas a la producción no estatal para suplir las ausencias. Ausencias que hacen hueco en la dieta cubana.
Según el plan estratégico (2021-2024) del Programa Mundial de Alimentos (PMA) para Cuba, la dieta del hogar cubano medio es pobre en micronutrientes y no es lo bastante saludable ni variada debido a una disponibilidad de alimentos nutritivos reducida e inestable, a factores socioeconómicos y a unos hábitos alimentarios inadecuados. Como consecuencia, persiste una doble carga de la malnutrición; esto es, la carencia de micronutrientes y el sobrepeso y la obesidad, que son un motivo de preocupación cada vez mayor para las autoridades sanitarias. En 2016, cerca del 25 por ciento de los adultos cubanos eran obesos.
Infobae